Fueron días terribles para la población de Washington, un misterioso francotirador irrumpía de la nada y en los lugares menos esperados, cargándose víctimas mortales en cuestión de horas. Así fue como, en menos de un mes, el “Beltway sniper” -como fue conocido en los Estados Unidos- aniquiló a diez personas e hirió a otras tres. Multitud de suposiciones se desataron sobre la identidad del asesino, pero se trataba de John Allen Muhammad, un veterano de guerra convertido al Islam.
John Allen Williams nació el último día de 1960, en New Orleans, Louisiana, la región estadounidense con predominio de raza negra por excelencia. Creció junto a su familia en Baton Rouge, se mostraba como una prometedora estrella de fútbol americano en la escuela y ya con 25 años se había divorciado de su primer mujer, con la que tuvo a su primer hijo. Casualmente, en ese mismo momento, abandonaba su antigua religión Bautista para convertirse al Islam, aunque no cambiaria su apellido a Muhammad hasta tiempo después.
Un tirador de élite converso al Islam
Williams estuvo en la guardia nacional de Louisiana desde 1978 hasta 1985, precisamente el año en el que se alista en la armada. Según cuentan algunos amigos suyos de aquel entonces, a pesar de formar parte del ejercito, no se mostraba para nada conforme con las políticas del estado norteamericano con respecto a oriente medio. De todos modos, estuvo entrenándose en Alemania hasta que le tocó el turno de combatir en la Guerra del Golfo, donde hizo las veces de especialista en metales y transportador de agua, alcanzando el rango de sargento.
A pesar de que su familia y allegados nunca lo notaron particularmente como una mala persona, con actitudes violentas o tendencias nefastas, otros indicaban que su vida estaba cambiando paulatinamente.
No se mostraba con las mismas energías de siempre y parecía estar ocultando algo. Ya había tenido algunos problemas disciplinarios en el ejercito, pero nada hacía presagiar lo que sucedería tiempo después.
En 1997, ya fuera del ejercito y la guardia nacional de Oregon, decide montar una escuela de karate, que abandona rápidamente. Supuestamente iba a atraer a mucha gente musulmana a practicar artes marciales, pero finalmente declinó el proyecto. Lo que no declinó es su cada vez más ferviente fe hacia el islamismo. De hecho asistió a la famosa “marcha del millón” que el líder musulmán estadounidense Louis Farrakhan había convocado en Washington.
El amigo jamaicano
Aunque tenía cuatro hijos con sus dos exmujeres, había trabado una fuerte amistad con un chico jamaicano, que no tenía papeles de inmigración, llamado John Lee Malvo.
Lo consideraba su propio hijo y le inculcaba sus ideas y pensamientos, que poco a poco iban tornándose cada vez más dramáticas. Incluso después del ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas, su pasión por el islamismo iba en aumento y criticaba duramente al gobierno norteamericano por sus decisiones en oriente medio.
John Lee Malvo, que en el momento de los ataques tenía solo 17 años, terminaría encontrando en John Allen Muhammad una fuerte figura paterna. Un hombre que lo contenía, lo apoyaba y lo apreciaba. Muhammad encontraría en él un perfecto socio para la que sería una de las masacres más grandes y sin explicaciones aparentes de la historia norteamericana.
El octubre fatal
Corría octubre del 2002 y John Allen Muhammad tenía una sola idea en mente: sembrar el terror entre esa población, la propia, hacia la que cada vez sentia más aversión. Él, al fin y al cabo, era un tirador experto entrenado en el ejercito y tenía todas las herramientas a mano para llevar a cabo sus planes.
Así fue como entre el miércoles 2 de octubre de 2002 y el martes de 22 de ese mismo mes y año, diez personas fueron abatidas de un solo disparo y otras tres resultaron heridas.El epicentro de sus acciones se dio el 3 de octubre, donde aniquiló a cinco personas en poco más de doce horas. Fueron afortunadas las tres personas que pudieron sobrevivir a los ataques, a pesar de haber sido apuntados por un auténtico experto en el manejo de las armas.
Los ataques se efectuaron en la zona colindante a Washington y estados vecinos como Maryland y Virginia. Todas las víctimas se encontraban en lugares públicos y concurridos, como gasolineras, centros comerciales, avenidas o paradas de autobús. Pero siempre se encontraban cerca de rutas de escape inmediatas, lo que hacía suponer que se trataba de un tirador experto y que lo hacía en movimiento.
Los que tuvieron que sufrir la violencia del “Francotirador de Washington” únicamente tuvieron la mala fortuna de cruzarse con él. A las víctimas las elegía aleatoriamente y sin importarle si se trataba de una persona mayor, una mujer o un niño.
El terror en las calles
El asesino no dudó en entablar comunicación con la policía. Se comunicó con un distorsionador de voz, también dejó una carta de tarot con la inscripción “señor policía, soy dios” cerca de la escena de uno de sus crímenes y hasta tuvo el atrevimiento de solicitar diez millones de dólares para que cesara de matar gente. Petición que fue denegada.
El caso, como era de esperar, desató un gran número de suposiciones infundadas. Muchos creyeron que se trataba de un experto francotirador francés que estaba de vacaciones en los Estados Unidos.
Otros intuían la posibilidad de un crimen de tipo ritual, debido a las cartas de tarot en las que dejaba mensajes. Incluso algunos habían ya confeccionado un dibujo uniendo los puntos donde se habían efectuado los homicidios, formando un pentagrama satánico.
Pero lo cierto es que la paranoia social ya estaba instalada en la zona de la capital estadounidense.
Las salidas a la calle eran forzadas, la gente se mostraba hostil a exhibirse en espacios públicos y todos temían que podían llegar a ser la próxima víctima.
Las fuerzas del orden estuvieron realizando una pesquisa sin tregua que duraría unos cuantos días, hasta recabar pruebas y tener un perfil adecuado del que parecía ser el criminal. Se trataba de John Allen Muhammad y su joven amigo John Lee Malvo. Los hallaron durmiendo en un Chevrolet Caprice de color azul en una carretera de Maryland. En el maletero del vehículo encontraron el arma homicida: un rifle semiautomático calibre 223, con mira telescópica. Un arma que solo un experto podía controlar con pericia.
Los sospechosos fueron detenidos y trasladados a Virginia, el estado que, después de Texas, mayor historial posee en materia de ejecución de la pena de muerte. Malvo, tiempo después, confesó haber participado activamente en las masacres, revelando además que había sufrido una especie de “lavado de cerebro” por parte de su mentor, que le inculcaba el odio hacia la sociedad.
John Allen Muhammad, por su parte, al día de hoy sigue negando todo lo cometido. El joven jamaicano afronta una pena de reclusión perpetua, por haber sido menor en el momento de los hechos. Pero Muhammad espera la pena capital.
Pasión por las armas
Este caso, al igual que la masacre de Columbine y tantos otros hitos criminales recientes norteamericanos, puso en tela de juicio el polémico sistema de distribución de armas que existe en los Estados Unidos, donde cualquier persona puede adquirir municiones en un supermercado.
Y mucho más aun la irracional pasión que en ese país sienten algunos ciudadanos por las armas de fuego.
En Norteamérica, existe una gran legión de fanáticos de los francotiradores. El culto a las armas de fuego es moneda de cambio, hasta tal punto que existen revistas, foros en internet, videojuegos y diversa parafernalia que alimenta este amor lunático por el armamento. Como suele decirse, “la violencia genera más violencia”. Y parece que existe gente que se toma demasiado en serio todo esto, hasta el punto de llevarlo a la práctic
¿Un asesino sin motivos?
¿Qué razones llevan a actuar a una persona que no tenía en apariencia ningún aspecto de psicópata? ¿Cuál es el resentimiento íntimo que tiene dentro de sí un asesino en serie para hacerle tomar tal terrible determinación?.
Muhammad, a diferencia de muchos otros, no tuvo una infancia traumática, ni un padre maltratador, tampoco una conducta creciente de criminalidad. ¿Lo hizo por su inspiración islámica y en venganza por el maltrato que sus pares estaban recibiendo por parte de los Estados Unidos? Parece algo muy poco probable, a pesar de que algunos pretendan sugerir esto mismo.
Tal vez un día algo dejo de funcionar en su cabeza y se hartó de una sociedad a la que iba aborreciendo poco a poco. Tal vez no. Hasta que John Allen Muhammad, ese hombre que hizo suya la célebre frase de todo francotirador, “una bala, una muerte”, no exponga sus razones, jamás podrá saberse con certeza. En su interior, y en ningún otro lugar quizás, está la verdadera respuesta.
Por Carlos Cabezas López
Fuente.: Caso Abierto
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